Desde el surgimiento del movimiento pentecostal a inicios del siglo XX se ha discutido ampliamente sobre la interpretación de Hechos 2 y su papel para la comprensión del pentecostalismo. Dado que ha pasado mucha agua debajo del puente de las discusiones en torno a la forma de interpretar el bautismo del Espíritu Santo y su relación con Hechos 2, la idea de un artículo como este no es la de criticar en sí misma la doctrina pentecostal, sino revisar la interpretación de este pasaje para identificar si en su propósito y naturaleza él permite aclarar la función y comprensión del bautismo del Espíritu para los grupos de origen pentecostal, y también para evaluar si funciona como espacio de decisión sobre la necesidad o no de la reformulación de esta doctrina pentecostal.
En el desarrollo del artículo se seguirá la que sería la división natural en el texto. Primero se contemplarán los vv. 1-4 y el suceso de Pentecostés y, posteriormente, se presentará el estudio relacionado con los versos 5-13.
Hechos 2:1–4
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse” (LBLA).
En esta primera porción, Lucas nos presenta una ocasión (Pentecostés), un fenómeno (la manifestación de las lenguas) y un resultado (todos los presentes fueron llenos del Espíritu).
Ocasión
La elección de Pentecostés para el derramamiento del Espíritu Santo no puede considerarse como algo casual, ni tampoco como un elemento de mención meramente circunstancial. La iglesia tiene su nacimiento oficial en la celebración de Pentecostés, y si se quiere comprender el por qué, se debe ahondar un poco en lo que era y significaba esta celebración para la Jerusalén del siglo primero. La fiesta de Pentecostés, llamada así en griego, era la fiesta de la cosecha o de las semanas que encontramos en diversos pasajes del Antiguo Testamento (Ex 23:16; 34:22; Dt 16:9-10, 16; 2Cr 8:13). En sus orígenes, esta fiesta de corte agrícola celebraba los primeros frutos (Nm 28:26; Ex 34:22), pero al pasar el tiempo terminó representando la recolección completa o al menos el final de la cosecha. Esta celebración, originada en la comprensión judía de la ley, era una de las tres principales fiestas judías, las que implicaban un peregrinaje a Jerusalén para presentarse ante el Señor con ofrendas (Ex 23:14-17). Ahora bien, esta celebración de carácter agrícola no representaba exclusivamente una celebración de provisión material, sino que con el desarrollo de la religión judía comenzó a apreciarse como fiesta de provisión espiritual, festejando un aniversario de la entrega de la ley en el Sinaí, comprensión derivada de la lectura de Éxodo 19:1, de la cual se puede calcular que los israelitas llegaron al Sinaí unos cuarenta días después de la celebración de esa primera pascua. Vemos entonces en el Pentecostés, una celebración especial para el pueblo judío, que recuerda que Dios ha dado tanto la provisión material -representada en la cosecha- como la provisión espiritual representada en la ley.
Sin embargo, en la narración de Lucas, la comprensión del Pentecostés no se quedará solo en esos dos elementos. El evento descrito es para el Nuevo Testamento la inauguración de una nueva época, la del Espíritu Santo. Aunque el derramamiento de éste representa un hecho histórico irrepetible, a partir de ahí todo el pueblo de Dios -en toda las naciones- se vería beneficiado con este nuevo inicio. Esto que los 120 reunidos en el aposento alto están viviendo resulta en la experiencia pentecostal, en la manifestación del Espíritu en su venida a través del fuego y del viento que pudo ser visible y audible. Si bien parece ser un fenómeno desconcertante para los iniciados aquí, debe considerarse que es parte de su comprensión de la fe. Es posible relacionar en el Antiguo Testamento el discurso profético con la llenura del Espíritu Santo. Vemos ya anticipado en el Antiguo Testamento que al venir el Espíritu de Dios sobre una persona, esta habitualmente profetizaba. Este elemento es visible en Eldad y Medad, los ancianos de Israel que profetizaron en el campamento (Nm 11:26). También lo podemos ver con Saúl y otros casos más. En este caso, lo peculiar es el formato del discurso profético, el cual trabajaremos más adelante.
Siguiendo esta comprensión del Pentecostés donde Dios da alimento, ley y ahora su Espíritu, podemos afirmar que no podría haber un mejor momento para el envío del Espíritu Santo, pues en relación a la iglesia naciente, es después de la muerte de Jesús que se genera la nueva creación y de esta, los discípulos representan los primeros frutos, núcleo del pueblo de Dios (Jr 31:33-34; Ez 36:22-32). Este nuevo pueblo, enmarcado por el don de Dios, es un pueblo espiritual que nace por obra directa del Espíritu Santo en forma especial, enmarcada en la celebración del Pentecostés. Si volvemos a la consideración de cómo se celebraba la fiesta y los panes que se partían en ella como símbolo de la provisión de Dios, podríamos incluso mencionar que resulta interesante una comparación entre esta provisión y el símbolo de la Cena del Señor del pan que se parte como representación de que somos unos en Cristo. Es decir, la iglesia naciente también celebra la provisión del Señor.
Es entonces, sin ánimo de exagerar, Pentecostés el mejor momento para la inauguración de la iglesia, no solo por su trasfondo y su significado, sino por su realidad en el primer siglo de congregar en Jerusalén a gran cantidad de peregrinos quienes a la larga terminarán escuchando el mensaje de las maravillas de Dios. En ese sentido, podemos ver que Lucas -en forma indirecta y sutil- presenta cómo todo el mundo estaba representado, mediante las personas que venían de las diversas naciones, en el día de Pentecostés.
El fenómeno
Lucas, después de ubicarnos en un evento especial, nos describe el fenómeno que experimentaron los 120 reunidos, siguiendo la tradición, en el aposento alto. Es importante mencionar que estos discípulos en unidad reflejan los mencionados en el capítulo anterior de donde se puede inferir que la unidad no debe entenderse exclusivamente como estar en el mismo lugar sino algo más relacionado a estar unidos en un propósito o bajo un pensamiento en común. Son estos discípulos unidos los que terminarán experimentando este fenómeno y su resultado.
El fenómeno consta de varios elementos que funcionan como un todo en el desarrollo de la historia fundacional de la iglesia. El fenómeno descrito en Lucas incluye un viento recio que es oído y que se podía sentir en toda la casa, así como el poder ver las lenguas como de fuego repartidas sobre cada uno de los presentes, esto acompañado del hablar en lenguas, técnicamente llamado glossolalia, todo como resultado del “fueron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2:2-4). La llenura del Espíritu Santo que encontramos descrita en este pasaje tiene unos marcados ecos que recuerdan la forma en la que se da la ley en el Sinaí. Entonces, al igual que la ley, el Pentecostés permite que los discípulos den a conocer la obra del Espíritu Santo proclamando las buenas nuevas de Dios a todos los seres humanos.
Las señales de Pentecostés deben considerarse a la luz del Antiguo Testamento, dado que el fuego, el viento, aun el habla, son parte de las teofanías que allí se nos presentan. Es en ese sentido que, junto con Trenchard, podemos afirmar que las manifestaciones sobrenaturales en Pentecostés eran comprensibles para un lector del Antiguo Testamento, aunque esto en un sentido limitado, dado que Pedro tiene que explicar el suceso en el amplio desarrollo y sustento de su sermón (vv. 14-42). Estos eventos, estas señales, dadas en Pentecostés -y entre ellas el hablar en otras lenguas- nos muestran que Dios participa en forma sobrenatural en la historia, dando a través de una manifestación milagrosa su mensaje. La importancia del don de lenguas descrito aquí está relacionada estrechamente con la labor que se esperaba de la proclamación; por eso si bien se ha llamado la atención a la ocasión y al fenómeno lo importante termina siendo el resultado de estos.
El resultado
Lucas nos presenta, como conclusión primaria del fenómeno triple que nos acaba de describir, que todos fueron llenos del Espíritu Santo. Este “bautizo” en y con el Espíritu sería el cumplimiento entonces de los anuncios hechos por Jesús en el capítulo 1:5,8. Estos discípulos -llenos del Espíritu- ahora comenzaron a hablar en otras lenguas, como nos dice el texto, según el Espíritu les daba para que hablasen. En la narración de Hechos se podrá observar que el evento tiene nuevas apariciones aunque de comprensión algo diferente.
Tenemos entonces aquí, un marco más claro para la explicación de los sucesos dados en Pentecostés. Hasta el momento es claro que la fiesta, por sus particularidades era especial, y que el fenómeno, comprendido como manifestación divina y la plenitud del Espíritu representan para la iglesia su inicio, su bautizo, y así como Jesús recibió el bautizo del Espíritu para iniciar su ministerio, la iglesia recibe el bautizo para el suyo.
Hechos 2:5-13
“Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Y estaban asombrados y se maravillaban, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia alrededor de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros idiomas de las maravillas de Dios. Todos estaban asombrados y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? Pero otros se burlaban y decían: Están borrachos” (LBLA).
Esta segunda porción presenta a los moradores de Jerusalén, quienes se asombran por el fenómeno y su presente resultado. Lucas describe a la población, muestra su asombro, lista las naciones representadas y presenta la percepción de aquellos que pudieron presenciar tan formidable evento.
Lucas inicia esta porción indicándonos que había en Jerusalén judíos y piadosos de todas partes del mundo que se habían congregado por la fiesta, como una de las bendiciones de Pentecostés. Sin embargo, podemos notar que el énfasis para Lucas no es la diversidad de la población, sino la forma como se juntan en torno al fenómeno y se resalta en el texto que, a pesar de ser todos galileos, hablan en las lenguas de la dispersión, constituyendo así lo que muchos autores consideran el reverso de la maldición de Babel. Es más, que Dios haya decidido llevar a cabo este maravilloso evento a través de galileos, de acuerdo a la mención del pasaje, solo hace más grande su obra dado que en la comprensión cultural judía el galileo era visto con desprecio pues se consideraba de inferior condición y pureza.
Hablaron en lenguas
En esta porción resulta repetitiva la mención a “les oímos hablar en nuestra propia lengua” y por eso se hace necesario detenernos un momento aquí y desarrollar un poco más esta particularidad. Es sabido que parte de la discusión gira en torno al tipo de fenómeno que estas lenguas representaron; para algunos, el milagro es un milagro de audición, es decir, que los discípulos no hablaron en otras lenguas sino que los asistentes les oyeron en su propia lengua. Ahora bien, partiendo de la consideración de que el milagro en Pentecostés es primordialmente del habla, se debe mencionar además que las lenguas como señal no responden a un uso arbitrario de Lucas, sino a la comprensión de que el bautizo del Espíritu conecta con otras culturas lo cual es entendido como el medio para alcanzar con el testimonio de Cristo el mundo.
Es innegable que el milagro aquí está relacionado con la proclamación de las maravillas del Señor, pero ¿cómo se deben entender las lenguas en este pasaje? Tenemos aquí autores de ambos extremos de la discusión; para algunos las lenguas en Hechos 2 deben entenderse como lenguas mayormente angelicales, al igual que en 1 Corintios 12-14.30. Siguiendo a Stott, podemos decir que hay diferencia entre las lenguas presentadas aquí y las de 1 Corintios 12-14, en cuanto a la dirección de su mensaje, en cuanto al tipo de lenguas que se hablaron y en cuanto a su propósito. Frente a este punto se puede mencionar a Pablo, que reconoce en los corintios las lenguas como un don genuino que viene del Espíritu pero a su vez lamenta la importancia no adecuada que algunos de los miembros de la iglesia le dan a la práctica de éste (1Co 12:10, 28-30; 14:2-19). Además, algunos autores de corte pentecostal -como Gordon Fee- hacen diferencia entre las lenguas de Pentecostés y las descritas en Corinto, dado que estas últimas se mencionan como una analogía y lo análogo habitualmente no es idéntico a lo que está identificando. En ese sentido la sugerencia es seguir a Pablo que en 1 Corintios 13:1 nos presenta como clave de comprensión de las lenguas la mención “lenguaje de los ángeles”, dado que parte de la discusión acerca de las lenguas gira en torno al tipo de lenguas que estas son. En palabras de Fitzmyer:
‘Hablar en lenguas’ es un don de Espíritu en 1 Corintios 12:10, 28, 30; 14:2, 4-9. Para muchos intérpretes… el significado del don aquí es glossolalia, entendida como ‘palabra exaltada’. Para otros, sin embargo, es xenología, ‘hablar en lenguas extranjeras’… Como quiera que sea, sólo Lucas hace de él un don milagroso para hablar ‘en otras lenguas’, es decir, otras lenguas humanas, no ‘las lenguas de los ángeles’ (1 Co 13:1). Cuando se menciona el fenómeno de nuevo en Hch 10:45-46; 19:6, no se usa el adjetivo heterai. Eso puede, entonces, ser glossolalia, pero no es el caso aquí. En Hechos 2 los v. 6 y 11 se hace mención de dialektos y hai hemeretai glossai, lo que claramente indica las diferentes lenguas humanas, aclarado luego en la lista de las naciones (2:9 – 11).
Esto resulta entonces en sorpresa para los que presenciaron tan magnífico evento. Sin embargo, se reconoce que los éxtasis tienden a ser parecidos, razón por la cual Pablo -quién tenía el don de la glosolalia- advirtió a los corintios que un no cristiano que entrara a sus reuniones viendo este fenómeno los consideraría locos (1Co 14:23) situación similar a la que vivieron los discípulos en Pentecostés, quienes fueron considerados como borrachos. A forma de conclusión de este punto, podemos evidenciar aquí que las lenguas mencionadas representan un milagro del habla, que se trataba de dialectos o idiomas que los discípulos no conocían y que hablaron por don divino.
Pentecostés vs Babel
Se hace importante en la interpretación del pasaje ir más allá de las lenguas como fin en sí mismo y pensar en el principio que subyace detrás de su uso. Aún en este punto la primera discusión es si el medio es más importante que el mensaje. Siguiendo a Bruce pensamos en que el mensaje y el medio están unidos, pero el mensaje representa una redención histórica para la humanidad y es la del Babel redimido. Ver esta relación no representa una novedad exegética, dado que ya en la historia de la interpretación es una opción bastante difundida. En esta porción, sin lugar a dudas, se quiere mostrar la relación de Babel con Pentecostés dado que en este último se anula la confusión del primero y los hombres vuelven a tener unidad en la posibilidad de escuchar la voz de Dios en su lengua y no solo esas fuertes alusiones sino el evento presentado como la obra del Espíritu que hace a Dios accesible a toda carne. Aun así, esta relación resulta compleja en la tradición interpretativa, pero la invitación lucana puede ser clara al señalar que mientras en Babel la soberbia de la gente les llevó a intentar subir al cielo, en Pentecostés el cielo descendió a la tierra. Y el mensaje que se desprende de esta comprensión resulta en la posibilidad de unidad para la nueva humanidad que ya no son interrumpidas por las barreras que dividían a la raza humana como producto del castigo divino. En esta nueva humanidad -producto de un nuevo acercamiento- ya no está presente la dispersión y la desunión que fueron producto de la confusión de lenguas, sino que se recupera la capacidad de comprensión de la obra del Espíritu en diversas lenguas, a través de la lengua del Espíritu que reestablece la unidad de la creación. Babel es así superado por Pentecostés, y lo que separaba al pueblo que no podía por el idioma escuchar la voz de Dios, ahora les da una invitación abierta a escuchar las maravillas del Señor. En conclusión, es más importante aquí la supremacía de Pentecostés sobre Babel que el simple hecho de hablar en lenguas. Si bien las lenguas son el maravilloso medio “La ‘señal’ consistía en que la plenitud del Espíritu daba a conocer ‘las grandezas de Dios’, saltando por encima de la barrera de la diversidad de idiomas –símbolo éste de la humanidad dividida por el pecado– por medio de un milagro en franca oposición a la confusión de ‘Babel’”.
Las naciones representadas
Ya se ha mencionado que Lucas no intenta hacer una lista exhaustiva de las naciones presentes en Jerusalén durante la fiesta tanto como mostrar la universalidad del evento en descripción. Aquí entonces, se puede adicionar que la intención –acorde a la línea de narración del libro de Hechos– representa en primera instancia el mensaje a los judíos antes que a los gentiles. Sin embargo, las ubicaciones mencionadas representan una inversión en la que se puede decir que así como Génesis sigue su listado de naciones en torno a la dispersión de los idiomas en Babel, de igual forma Lucas hace su resumen de naciones mostrando también multiplicidad de lenguas. Sin embargo, las naciones mencionadas en ambos relatos tienen un propósito diferente; mientras en Génesis se mencionan para el juicio divino, en Hechos se mencionan alrededor de la adoración común a Dios (2:11).
La mención de naciones en el evento de Pentecostés y el poder para compartir el mensaje son memorables, pues representan –siguiendo a Fitzmyer– una ocasión única que tienen los discípulos, como testigos del Cristo resucitado, de confrontar con el mensaje de Dios a Israel y al mundo. Esta confrontación es –a la luz de Hechos– más importante que el solo recibimiento del bautismo en el Espíritu. Son entonces las naciones mencionadas un formato de universalidad que hablan del poder redentor divino.
Es importante hacer aquí una pausa en el texto antes de la transición a la problemática inicial de si es pentecostal el Pentecostés. Hasta el momento se ha intentado establecer la importancia de la fiesta, lo extraordinario del fenómeno con el que el Espíritu Santo descendió y “bautizó” la iglesia para el inicio de su ministerio. También se evidenció como estos hombres “llenos del Espíritu Santo” pudieron testificar a todas las naciones representadas de la tierra en una clara redención del castigo de Babel sobre la humanidad. Al comprender estos elementos como fundamentales en la interpretación del texto y que llevan la interpretación del mismo a centrarse en el mensaje y no en la forma, debemos preguntarnos qué tan pentecostal resulta ser el Pentecostés. Al hacerlo aquí se reconoce que se ha querido trabajar la pregunta más que desde una posición doctrinal, desde una comprensión hermenéutica tradicional.
El bautizo del Espíritu Santo
Si bien, ya se ha expresado que el texto en Hechos 2:1-13 no menciona la expresión “bautizo en el Espíritu” sino “llenura en el Espíritu”, doctrinalmente sí hay una discusión frente a la comprensión del bautizo partiendo de Hechos y su interpretación de exclusividad en la manifestación única en el hablar en lenguas. Es menester aclarar que la expresión “Estar llenos con el Espíritu Santo” es frecuente en los escritos lucanos (Lc 1:15, 41, 67; Hch 4:8,31; 9:17; 13:9), y habitualmente está relacionado con el don de Dios del mensaje profético. Lucas toma esta expresión de la LXX (Pr 14:4; Eclo 48:12), y dado que es una expresión común en Lucas, se toma entonces ésta como punto de partida para la comprensión del bautizo como primer momento y la llenura como una necesidad constante en la vida del creyente.
El evento de Pentecostés es fundamental para el cristianismo en general pero en la interpretación pentecostal nos encontramos con el imperativo de considerar en Hechos algo más. La interpretación pentecostal y posiblemente del movimiento de santidad wesleyano, que fue su antecesor, buscan para la iglesia una experiencia subjetiva de Cristo y la encuentran en la vida personal del creyente y en la adoración comunitaria a través de la obra del Espíritu Santo. Aunque sea esta la perspectiva común, la perspectiva de Pentecostés como el avivamiento individual y eclesial en el cual el hablar en lenguas es la prueba de que el creyente ha recibido al Espíritu Santo y sus dones, hace que esa interpretación se constituya como uno de los elementos diferenciadores entre los grupos pentecostales y los demás grupos evangélicos. Esto quiere decir que, entre los grupos clásicamente considerados pentecostales, el bautismo en el Espíritu se entiende como estrechamente relacionado (sino como igual), a la manifestación del don de lenguas, considerando así que la evidencia primaria de dicho bautismo es la glossolalia y de allí se pasa a la práctica de los demás dones espirituales. Esta iniciación se da como elemento posterior a la conversión y comúnmente a este primer hablar en otras lenguas se le llama bautizo del Espíritu y es a su vez considerado la segunda bendición. Esta creencia ampliamente distribuida dentro de las iglesias pentecostales también está formalizada en algunas declaraciones de fe eclesiales como la de las Asambleas de Dios: “El bautismo de los creyentes en el Espíritu Santo es evidente con la señal física inicial de hablar en otras lenguas como el Espíritu los dirija (Hch 2:4). El hablar en lenguas en este caso es esencialmente lo mismo que el don de lenguas (1Co 12:4-10, 28), pero es diferente en propósito y uso”. Son diversos los autores que ahondan la comprensión pentecostal de la misma.
Solo adicionaremos a la posición tradicional, lo que Baumert, citado por Bosqued, menciona en cuanto a este pasaje:
…la historia de la interpretación del concepto señala que desde los tiempos de Orígenes el ‘bautismo del Espíritu’ se entendió únicamente como una descripción del envío del Espíritu. Según él, el sentido de experiencia única y particular, con las connotaciones de evento inicial profundamente existencial, y de naturaleza excepcional, tal y como lo conciben los pentecostales, es algo relativamente reciente. Fruto del auge de esta interpretación novedosa, algunos autores han comenzado a defender con intensidad creciente la opinión tradicional respecto al bautismo de Espíritu Santo. Entre los más destacados se encuentra James Dunn con su obra clásica The Baptism in the Holy spirit. En ella sostiene que, en términos bíblicos, el bautismo del Espíritu Santo es equivalente a la conversión-iniciación. Para él y otros autores evangélicos, el bautismo del Espíritu Santo es algo intrínseco al ser cristiano. Es decir, no es una segunda bendición que puede ocurrir o no, ni un nivel espiritual superior, sino que es equivalente al don del Espíritu, dado automáticamente a todos los creyentes.
Surge entonces la pregunta sobre si se puede mantener todavía la idea de que el hablar en lenguas es la única manifestación válida para hablar del bautizo del Espíritu Santo en la vida del creyente. Frente a este interrogante, la respuesta evangélica supone el mejor acercamiento al mencionar que el Nuevo Testamento no presenta el don de lenguas como un elemento normativo para el bautismo del Espíritu. La evidencia escritural no resulta categórica para justificar esta posición como exclusiva en el Nuevo Testamento. Al igual que Dye, creo que es difícil sostener esta afirmación del bautismo como única señal, especialmente partiendo desde la perspectiva de que el Pentecostés busca mostrar la globalidad de la iglesia y que las lenguas son señal de universalidad y no de separación entre creyentes. En ese sentido, Pentecostés no es pentecostal, o por lo menos no en forma exclusiva.
Pentecostés es una invitación a manifestar la gloria de Dios, no sólo quedándonos con sus carismas, sino llevando la proclamación a toda nación. Este pasaje nos invita a revisar nuestra tradición y pensar más en la iglesia como medio para la redención de la humanidad dividida en Babel, más que en las lenguas como un medio diseñado para generar divisiones al interior del pueblo de Dios. Es posible que el hablar en lenguas se vea como uno de los vehículos de continuidad en las muchas vertientes del cristianismo, pero no como el único camino hacia la comprensión de la obra del Espíritu Santo, al menos no a la luz de este pasaje.
Fuente: Jhohan Centeno, Mg.
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